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13 de agosto de 2024

La estremecedora trama de la ajedrecista que intentó envenenar a su rival y un misterio histórico

En el campeonato de la República de Daguestán, Amina Abakarova roció con mercurio las piezas de Umayganat Osmanova que fue asistida de emergencia y lograron salvarle la vida

>El “peón envenenado” (la simulada entrega de una pieza, una especie de caballo de troya para quien ose de su captura) o “la amenaza es peor que la ejecución” (referida al peligro que acecha sobre una pieza obligando a su rival a extremar cuidados para su defensa) son, acaso, sólo algunos de los famosos aforismos que forman parte de la jerga de los ajedrecistas, y actúan como alertas constantes en sus prodigiosas memorias durante las partidas.

Amina Abakarova -la acusada de derramar el mercurio- nació hace 40 años en la zona portuaria de Majachkalá (capital de Daguestán), y es una ajedrecista -con nivel de aficionado- que se dedica al entrenamiento de ajedrez con niños. En su entorno la describen como una persona amable y que realiza muy bien su trabajo. La víctima, Umayganat Osmanova, tiene 30 años, oriunda de Kaspiysk, una de las ciudades de Daguestán sobre el mar Caspio y a 15 km de distancia de Majachkalá. Ambas se conocen desde hace muchos años, y poseen una fuerza similar jugando al ajedrez; por eso son rivales y protagonizaron varias definiciones de certámenes. En julio último, Osmanova compartió el 1er puesto de la competencia con Abakarova, pero el título le correspondió a la primera; el desenlace, aseguran que produjo una fuerte discusión y disparó viejas rencillas. El Canal Baza en Telegram informó que esa última disputa pudo acelerar los pasos de la venganza.

Casi de inmediato, Osmanova, la conductora de las piezas blancas comenzó con un extraño malestar “En los primeros minutos sentí falta de aire y sabor a hierro en la boca”, contó la ajedrecista que necesitó de la asistencia médica como consecuencia de las náuseas y mareos que le provocaron el contacto con el químico. La situación extrema y ante la evidencia de sufrir un probable intento de envenenamiento las autoridades del certamen recurrieron al registro de las cámaras de seguridad de la sala donde se comprobó el malintencionado accionar de su rival. Como consecuencia la ajedrecista Amina Abakarova fue descalificada de la competencia.

Lo sucedido en Majachkalá no tiene registro, ni antecedentes en el mundo del ajedrez. Apenas algunos casos sólo alcanzaron el grado de sospecha. Pero como las promesas vanas de un amor, sus recuerdos y testigos se marcharon con el tiempo.

Uno de los grandes interrogantes en la historia de este juego, sin dudas, fue la muerte del campeón mundial en ejercicio, el ruso Alexander Alekhine, hallado muerto en un hotel sin huéspedes, en Estoril, en marzo de 1946. Acusado de traidor por la URSS, de colaboracionista por Francia y de espía por Reino Unido tras el final de la Segunda Guerra Mundial fue hallado sin vida por “muerte por asfixia” según el certificado oficial de defunción que firmó un médico veterinario...

Otro caso sucedió en 1951; tiempos en los que la antigua URSS se jactaba de su poderío en el juego milenario y de Mikhail Botvinnik, el nuevo campeón mundial tras la muerte de Alekhine, y fiel representante del antiguo régimen. Ese año, un nuevo aspirante, David Bronstein, nacido en Bila Tserkva, cerca de Kiev, de religión judía (que no pasaba inadvertida para las autoridades soviéticas) y que no estaba afiliado al Partido Comunista (esto tampoco era disimulado) amenazaba con poner fin al reinado de Botvinnik. El match pactado a 24 juegos tenía por líder al desafiador (11,5 a 10,5) a falta de dos partidas. En la penúltima Bronstein cometió un extraño error y perdió el juego; el match quedó igualado. En la siguiente era su turno de jugar con blancas (un hándicap fundamental para la iniciativa del juego), pero se conformó con un rápido empate tras sólo 22 jugadas. La igualdad le aseguró un nuevo reinado al campeón y, tal vez, la vida a su rival. En el libro “Aprendiz de brujo”, Bronstein, su autor, dijo: “Se escribieron muchas tonterías sobre ese match; lo único que diré es que estaba sometido a una presión psicológica tan grande que dependía totalmente de mí dejarme vencer o no. Tenía mis razones para no convertirme en campeón mundial”.

No obstante, el exiliado se decidió por la defensa Pirc con la que no sólo no sorprendió a su rival, sino que además quedó inferior desde el comienzo del juego. Karpov ganó la partida. “Alguien les filtró mis planes a los rusos” vociferó Korchnoi, indignado porque se sentía traicionado por su propio equipo. Un ex campeón mundial soviético, el letón Mijail Tal que se hallaba en Filipinas como periodista acreditado (aunque algunos aseguran que trabajaba como informante del KGB), trató de consolar a su amigo tras la derrota. “No te amargues Víktor, mejor que no hayas ganado. No hubieras salido vivo de esta isla”.

Algo más ingenuo, pero por cierto no menos bochornoso, tuvo por protagonista a Miguel Najdorf, el ajedrecista polaco que se quedó en la Argentina a partir de 1939. En una noche de sus encantadoras charlas en los salones del Club Argentino de Ajedrez, entre bohemios y noctámbulos, “El Viejo” recordó una anécdota de 1948. “Estaba jugando el Interzonal de Saltsjobaden y sobre el final del torneo tenía algunas chances de llegar a la punta. Mi próximo rival era el sueco Gosta Stoltz, que curiosamente horas antes de la partida paseaba por la confitería del hotel. Yo estaba sentado junto a Eta (su primera esposa en Argentina), se acercó a saludarnos y le ofrecí si quería beber algo” contó pícaramente Najdorf con su voz aguardentosa y ese particular acento centro europeo. Y agregó, “Me dijo que su bebida preferida era el acquavit (bebida escandinava con 40% de alcohol) con cerveza, a lo que le respondí que no había problemas. En ese momento pensé que embriagándolo un poco me sería mucho más fácil ganarle después, por lo que lo alenté a seguir bebiendo. No recuerdo la cantidad de vasos que bebió, pero la cuenta fue de 130 dólares; una fortuna. Mi mujer se enojó y se levantó de la mesa, diciéndome por lo bajo no es de caballeros emborrachar al adversario. Yo me protegí diciéndole que él ya era mayor y sabía lo que hacía. Luego nos marchamos a jugar la partida. Mi plan era esperar su error, en algún momento cometería un mal cálculo por eso elegí una variante arriesgada. Sin embargo, pocas jugadas después, estaba totalmente perdido. Iba a abandonar cuando mi rival me miró y me dijo le ofrezco tablas. De la emoción casi le doy un beso. Nos dimos las manos y él todavía sonriente me señaló: cometió un error maestro. No hay jugador en el mundo que me pueda ganar borracho (risas). Jamás olvidé la enseñanza. Fue la primera vez que quise hacer trampa y recibí una lección”

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